Politics & Lifestyle

Existencia Lésbica Afrocolobiana

Posted By

On Aug 2, 2018

Por Audre María Lorde Matamba

Hace varios meses, me di a la tarea  de   localizar al mayor número posible de mujeres lesbianas afrodescendientes, a través de la Internet. Además de que lo hice vía  Internet,  me valí de un pseudónimo  para  contactar a  muchas de las que hoy en día son  integrantes activas de mi comunidad.  Mi objetivo era el de congregarlas  en una comunidad que, en principio sería virtual pero que debería trascender el espacio de Facebook y  llegar  a convertirse en un colectivo en la vida “real”.

Aunque es cierto que esta  es una  tarea a la que me di  inspirada, en gran medida, por  mis  estudios en la Escuela de Género,  reconozco también que  el darme a ella obedeció a un impulso, a su vez generado por una necesidad de paridad, de solidaridad  y de reconocimiento. Las lecturas sobre la interseccionalidad o (más recientemente) o la heterosexualidad  obligatoria pudieron  haberme estimulado pero  sé  también que  a ellas  anteceden inconformidades,  indignaciones,  frustraciones  y temores  que no  habían encontrado medio  de articulación.

En las líneas  que siguen, me dedicaré a analizar ( o como mínimo explorar)  esta empresa, y la forma  en que  surgió, desde  mi propia experiencia,  a la luz de planteamientos de Adrienne Rich,  Monique Wittig  y    Patricia  Hill Collins

La pregunta por la visibilidad.  ¿Realmente  soy la  única? ¿Somos tan pocas?

Antes de   decidir  buscar  mujeres  para conformar  un círculo, me hice en   primer  lugar, la pregunta sobre la visibilidad: ¿Dónde estamos?  ¿Por qué en los ambientes  lésbicos que   he conocido, suelo ser  la única mujer negra? ¿Será  posible que haya  alguna  razón  para que  existamos  menos  mujeres  negras  lesbianas  o bisexuales?  En ese  momento no era evidente para mí que  las mueres racializadas como   negras, en  este país, tuviéramos, necesariamente  más razones que las blanco-mestizas,  para  invisibilizarnos como grupo. Me era posible pensar que al ser pocas  (y  sí, pensaba que efectivamente éramos pocas)  no queríamos  manifestarnos por  miedo a los rumores  que  podrían delatarnos  frente a nuestras familias, provenientes de  ciudades pequeñas  y/o pueblos, en el Pacífico o Atlántico  del país, en los que mucha gente se conoce  y en donde los rumores suelen diseminarse  y  crecer a la velocidad de la   luz.

Supuse  que ninguna de nosotras quería arriesgarse al escándalo pero  no me era  suficiente  ninguna de mis herramientas conceptuales para analizar nuestra situación en el marco de un sistema  macro de opresión.

Las lecturas de  Adrienne  Rich,  sobre la existencia lesbiana  y de  Monique  Wittig,  sobre la  heterosexualidad obligatoria  me aportan sustento para seguir construyendo un discurso y una práctica subversivos, en la medida  en que  evidencian  el carácter sistemático de  la invisibilización de las experiencias de las lesbianas a lo largo de    la historia. Aunque  ninguno de los dos textos focaliza en la racialización ( que es  en lo que difieren sus experiencias de  vida y la mía ), sí  me permiten  identificar  hechos,   mecanismos   y dispositivos de poder que se  han implementado  para    impedir, entorpecer, obstaculizar  y desaparecer las alianzas estratégicas entre  mujeres, en aras del sostenimiento de un  mundo  estrictamente  heterosexual  socio-política  y económicamente.

Wittig, en su ensayo The  Straight  Mind  afirma que la estructura profunda y fundamental del lenguaje en la que construimos nuestro sentido de realidad social engendra,  en sí misma, las categorías que, articuladas,  producen la heterosexualidad  obligatoria  y  simultáneamente,  el obstáculo para subvertirla.  La autora explica que   el lenguaje simbólico   en el que está escrito  el contrato  social que  funda   el mundo  y que da sustento a nuestro  imaginario de la realidad  es de por sí heterosexual, que se naturaliza en   el uso de la lengua y en las prácticas cotidianas  y que  (re)produce  “los discursos que nos   oprimen particularmente a nosotrxs, mujeres lesbianas y hombres homosexuales(…)  y que “dan por sentado que la  base de  la  sociedad, de cualquier  sociedad, es   la heterosexualidad”[1].   La autora  subraya que, en el marco de  las relaciones sociales que  se derivan de este contrato,   lxs no heterosexuales  experimentamos  una incapacidad de comunicar.  (¿No comunicamos con otros  pero tampoco entre nosotras  mismas porque  nuestro lenguaje no es legítimo? ¿Por qué nuestros lugares de enunciación no  son visibles –ni  tienen  posibilidades de serlo-  en el  único sistema de escritura válido? ¿Porque no somos  inteligibles?)

Rich, por su lado, y orientada por el concepto de continuum  lésbico, que trasciende el deseo o la experiencia eróticos y que  hace visible un tejido de relaciones (de resistencia) en las que nos identificamos profundamente unas con otras,  devela muchas de las formas en las que el poder masculino  (re)producido  por  y dentro de una sociedad  basada sobre  un contrato heterosexual  tácito. Entre ellas menciona la obstaculización de la creatividad de las mujeres, el control de su sexualidad, las violaciones, etc.

Ambos  enfoques me permiten entender  que  hay  unas dinámicas de  poder que  hacen que todas  las lesbianas  tengan que   luchar por  preservar su existencia simbólica y material  en un sistema   que impone   una  única manera legítima de relacionarse  en aras de  mantener (el derecho  a) la vida  – en todas sus dimensiones-.  Los planteamientos de ambas autoras me posibilitan la comprensión del lesbianismo   no como  una  práctica o estilo de vida disidentes o alternativos a la heterosexualidad “natural, normal y de la mayoría”  sino como un  posicionamiento  frente  a un sistema que   jerarquiza, legitima, deslegitima y penaliza las relaciones entre  los sexos   y así mismo,  las formas de relaciones entre ellos.   Puedo entender que si se piensa la heterosexualidad como norma que trasciende  lo cotidiano o  lo entendido como “social”  y que toca lo político , lo económico y lo material,  se entiende  también el heterosexismo  como  una ideología que  necesariamente  oprime    y amenaza de muerte ( en todas las dimensiones) a cualquier “disidente”.  Sin  embargo,  desde mi  propia experiencia como mujer que siempre se  ha autoreconocido  negra, que  ha luchado desde sus  posibilidades  y en su  contexto, contra  el racismo y  el clasismo y que , además  ha decidido asumirse como  no heterosexual,  necesito  un análisis que visibilice el rol  y las  implicaciones de la  racialización  en  el  sistema heterosexual. Leer a Wittig  y a Rich me permite,  en alguna medida, comprender que  hay  prácticas  y condiciones sistémicas que nos  dificultan  a todas  la congregación,  la articulación, la organización, pero es Patricia Hill  Collins quien me da más  luces sobre por qué aparentemente  las mujeres negras lesbianas  y bisexuales, en particular, parecemos  no existir  en un contexto como en Colombiano

No somos pocas.  Es que estamos disgregadas.  El heterosexismo no es neutro: está radicalmente  racializado y es racializante.

Patricia Hill Collins afirma que  el  único privilegio social de los hombres  y las mujeres afrodescendientes es el de la heterosexualidad (entendida aquí  como orientación erótico-afectiva).  De este planteamiento se obtiene el mayor nivel de significado cuando se piensa, como lo hace esta socióloga norteamericana, que la heterosexualidad obligatoria está sustentada por el racismo. Hill Collins,  explica  que  las sexualidades de las mujeres y los hombres  negr@s, han sido patologizadas y  categorizadas como otras  o  desviadas/desviantes  en  el discurso  del heterosexismo y en las prácticas que  éste  sustenta.

Como dije arriba, la afirmación de que, para el pueblo afro, el único privilegio es la heterosexualidad, cobra sentido cuando se piensa  que uno de los aspectos fundamentales del racismo y de la discriminación es la estigmatización de la sexualidad.  Lo que puedo  observar desde adentro  de la comunidad  afro  es que  la lucha por la heterosexualidad se asume  incluso  como resistencia  a la imposición del estigma  de la hipersexualidad,  lo que supone para  nosotras,  mujeres lesbianas de   esta comunidad, una  triple o más bien múltiple  labor de  resistencia:  tenemos que  ser leales  a una lucha racial mancomunada  -que no necesariamente   respeta  nuestra condición lesbiana.   Al mismo  tiempo,    sentimos la presión  para mantener  nuestra condición en silencio dentro de la comunidad.   Los hombres heterosexuales  (y aun los  afro  homosexuales)  nos demandan  normalidad y solidaridad para con ellos.  Además de eso, hay racismo en los  círculos lésbicos de mayoría   blanco-mestiza.  Ya le  hecho de  vivir  en el seno de  círculos (familiares o socio-afectivos de cualquier  otra  índole) que preservan con tanto ahínco  la heterosexualidad  (aquí hay que contemplar también  las amenazas de  los grupos  al margen de la ley  y los abusos  sexuales en el conflicto armado, tan presente en las áreas rurales de mayoría afro)  nos   dificulta la existencia.    Nos hacemos invisibles  hasta para nosotras  mismas.  De la misma  vida en comunidad nos deriva la idea  de  que somos  pocas  y  en los  espacios en los que , numéricamente  somos minoría , no somos  reconocidas e incluso en  el   seno de  nuestras  relaciones afectivas  con mujeres mestizas, somos  discriminadas racialmente  y  también por  motivos de clase  socio-económica porque el empobrecimiento se  ha  ligado  históricamente con la racialización

¿Puedo afirmar que  mi colectivo está comprometido con una lucha  política contra el heterosexismo?

Pienso que  es un lugar en el que resistimos;  en el que, al encontrarnos  reunidas, siendo de   tan   distintos  orígenes,  convergimos  en nuestra  inquietud  por la visibilidad, la solidaridad   y el  reconocimiento entre nosotras, en   primera  instancia.  Sigo  frente al dilema de la visibilización  pues el  grupo virtual es secreto.

Para  finalizar quiero  insistir en que, si bien las teorías de  Rich y  Wittig  son esclarecedoras,  es necesario,  en aras de hacer justicia a todas las lesbianas, contemplar  los factores  raza  y clase en los análisis de  la heterosexualidad como régimen pues aunque  todas debemos, en alguna medida, luchar  por nuestro  espacio  vital, por nuestra existencia,   no todas las existencias  lesbianas  son  idénticas.

Dejo abierta la discusión (e ilustro lo que planteé antes) citando un fragmento de  una conversación que sostuve recientemente con una amiga, también  afrodescendiente:

Yo  misma: qué  puedes decir, a vuelo de pájaro, sobre la existencia lésbica afrocolombiana? O sea,   cómo  has  llevado  esa existencia  tú, en estas condiciones,  en este contexto?

Mi amiga: mmm……la existencia lésbica afrocolombiana va a tener unas formas particulares de co-existir con las demás experiencias lésbicas y afrocolombianas…..yo creo que debe madurarse mucho políticamente para lograr derrumbar ciertas normas y ordenes heterosexistas y racistas, pero por lo pronto que cada una viva lo que quiere vivir desde su lugar sexual, no creo que la represión sea la opción, pero sé que muchas mujeres afrocolombianas tienen que reprimirse por razones varias, valorables también. Pero, luego hablamos de manera más profunda, ahora te dejo, un abracito, chau.

 

[1] Wittig, Monique.  The  Straight Mind, 1980. P.,24

*Seudónimo de la autora.

Twitter:  – @s_natz